
Quizás no fue el dolor de cabeza de la resaca de el día anterior, ni el infierno en el cielo de su boca, quizás tal vez solo lo hizo para descansar el cuello echándolo hacía atrás, aprovechar el sol y la brisa de esa mañana en la plaza, parado allí en medio de las palomas y los niños que corrían, con la cara hacía el cielo; los ojos cerrados; solo por que necesitaba levantar la mirada del teléfono 3G, de la laptop, y principalmente del suelo, quizás nada mas necesitaba respirar otro aire, mirar hacía arriba.
No pensaba en nada; ni en la chica que sentada en el parque con los pies cruzados y leyendo un libro, le recordó a Susana; aquella prodigiosa loca que le enamoro en pocos días con su bohemia y amor profundo por el teatro de la plaza; razón misma por la que no estaban juntos; por que los sueños no se llevan bien con el tráfico.
Diego, uno de los vendedores que fotografía niños mientras estos juegan con las palomas; siempre atento de las personas que llegaban a la plaza para ofrecerles sus servicios, fue el primero en notar a José, parado allí, inmóvil, recibiendo el sol en la cara, mirando el cielo, sin poder evitar seguir con su mirada el punto en el que a José se le perdía la suya, dejo un momento el trajín de la plaza, se perdió bajo la misma sensación que le invadía y en ese instante, alcanzado por la nada, por ese descanso dominical, quedo tan solo que no importaba.
-Cuanto por las semillas y la foto?-le pregunto Patricia; mientras su hijo le jalaba de la enagua; Diego apenas respondió; -mil por la instantánea- y absorto, le obligo a ponerle atención, y al percatarse de sus ojos y su miraba perdida hacia arriba, tomo de la mano con fuerza a su niño y tras los diez años de ausencia que le cayeron encima; volcó su mirada siguiendo paso a paso la estela de los recuerdos de el fotógrafo que se perdían hacia arriba, y recordó a su padre el día que le dijo que tenía cáncer, había escogido la cima de ese volcán donde las televisoras tienen sus repetidoras para decírselo, y tenía la misma mirada que ahora su ausente interlocutor poseía, y quedo perdida en sus recuerdos mirando hacia el mismo lugar, sin razón aparente, poseída por la soledad de ese instante.
Y como cualquier efecto domino, pronto aparecieron los curiosos, y la gente empezó a amontonarse, poco a poco el ánimo de la plaza fue bajando, y el zumbido bullicioso se volvió, murmullo, y entre la multitud aparecieron los especuladores, y distintas teorías de lo que sucedía; no falto quien hablara de ovnis, los que vieron a alguna virgen en una nube o quienes juraban que el sol danzaba de forma extraña; los menos supersticiosos hablaron de un satélite, otros de un suicida en la azotea de el edificio gubernamental, e incluso llegaron algunos noticieros, y cuando buscaron a José para preguntarle lo que miraba, ya nadie lo reconoció más, y la multitud, y hasta la chica que minutos antes leía, habíase abandonado; incluso ella la lectura; para buscar esa señal en el cielo que explicara por que el mundo parecía haberse detenido en ese instante y todos estaban de pronto tan solos.
El tráfico se detuvo por las razones antes expuestas; las gentes de los carros y la de los comercios había salido a mirar al cielo ante la abrumadora impresión de la plaza en silencio y expectante, una extraña tristeza invadió a todos a la hora en que el sol se oculto tras una nube y la oscuridad enfrió el aire anunciando próxima la lluvia, y la gente se quedo allí parada, cada quién perdido en sus pensamientos, en sus recuerdos, en la nada, quizás muchos al igual que José solo necesitaban levantar la mirada, respirar un poco, estirar el cuello de avestruz enterrado en el suelo.
"A fin de cuentas los pies los tengo sobre la tierra", pensó el primero en volver a la realidad cuando una gota de agua golpeo su hombro, camino siempre mirando hacia arriba mientras se alejaba, no se percató de la cantidad de personas que subían el bulevar hacía la plaza, todos buscando una respuesta; 100 metros mas allá volvió a mirar como para cerciorarse de no haber omitido nada, pero solo vio como el cielo totalmente oscuro empezaba a dispersar a todos al garuar sobre sus frentes como anunció innegable de que el aguacero se asomaba y se dejaba caer sobre la plaza y la ciudad.
La gente empezó a correr en busca de refugio, en las tiendas, las paradas de buses, los restaurantes y las sodas, cuando el agua también espantó a las palomas que volaron hacía las cornisas del teatro a refugiarse, la plaza quedo de nuevo sola, y el agua limpiando cualquier desidia que en ella quedara, y disimulando las lágrimas de quienes se sintieron solos ante tanta soledad.
Una paloma cae muerta con la lluvia, y detrás de esta otra, y otra; de pronto llueven aves muertas! será la noche solitaria de este domingo cando pase la lluvia, testigo de los municipales que las recogerán, mientras una muchacha con una bolsa con residuos de maíz envenenado ríe y llora bajo la lluvia su soledad, satisfecha de librar al teatro, que ama tanto como a José, de las palomas cuyas cuitas tanto mal le hacen al corroerlo; ve caer palomas muertas y amoratadas como si fueran parte del aguacero que ha desbandado a la gente de la plaza justo antes de que cayera de las cornisas de el teatro la primer ave muerta; habría sido ese acto extraordinario el que esperaban y los sacaría de el letargo.
José indiferente busca un trago en un bar para aliviar la resaca de ayer, pierde sus ojos; quizás descansándolos de mirar hacía arriba; observando el final de la barra, y cruza la mirada con la chica que se sienta con las piernas cruzadas y lee, y entonces; de nuevo; recuerda a Susana.