domingo, mayo 22, 2011

El fin del mundo.

Hola hermana, te esperaba sombra en el silencio; cómo estás? Tu tiempo suspendido en la memoria, sabes que hoy cumplirías años, uno menos que yo apenas, y no he dejado de preguntarme toda la noche la diferencia, este tiempo que a mi parece haberme sobrado, este tiempo que sin duda te hizo falta, y míranos como siempre, atrapados en nuestras confidencias, tu sombra siempre aquí sentada a mi lado en mi lecho, escuchando, sabiendo, con tus silencios y tu mirada de ausencias.

La tarde olio a temblor... toda la tarde, y la noche; oscureció como siempre, pero fue despejada y cálida como en el verano, aún así, los abejones de mayo vinieron a estrellarse contra la luz del corredor en el que te esperaba, sabía que vendrías porque siempre lo haces en tu día, y te quedas hasta que rendido, me duermo hablándote, como lo hacemos ahora; y es que esta suerte de muerte no nos encuentra, no consigue que me olvide tu fantasma, ni que yo apague la luz de afuera que dejo encendida siempre; para que cuando vuelvas; sepas que te espero.

Pero hoy ha sido un día extraño, hoy ha venido antes que tú la muerte, se sentó conmigo a esperarte en el corredor, casi no hablamos nada, apenas lo necesario por cortesía, que el sol que se pone esta hermoso, que se oyen muchos grillos en el jardín, que quiero que me entierren con esta chaqueta; cosas por el estilo; en realidad déjame decírtelo sinceramente, la muerte me ha parecido una agradable compañía, será porque no le tengo miedo, será porque siempre sé que la traes contigo, que la has cargado en tus rasgos que no envejecen tras diez años.

Mírame, mírame bien aquí hablándote, date cuenta que no tengo sueño, que hoy no tiemblo llorándote y extrañándote, finalmente no esperes que me duerma para desaparecer en mi somnolencia, quédate conmigo en este viaje y vámonos juntos al fin, date cuenta que hoy me asaltaron y mataron en la calle, que me dejaron morir en el seguro social, que morí y mate en una guerra, que perdido en mis pensamientos lo olvide todo y de pronto llegue aquí, a ti.

Siempre supe que tu serías quién me llevaría al otro lado, por eso no estás sorprendida, nos lo prometimos, nos lo dijimos nueve noches antes con cada uno de tus regresos a este lecho; y hoy que es fin del mundo nuevamente, hoy que los mayas y Nostradamus de nuevo fallaron; hoy que de nuevo se postergará el fin del mundo por razones que los escépticos no comprendemos; y no importa! no importa porque estás aquí y me tomas de la mano, y me miras a los ojos y sonríes sin decir palabra, mientras me lo dices todo y me cuentas como es el olvido.

La calle de hojarasca del cementerio, tan viva y tan muerta a la vez olio a temblor cuando venía hacia acá, hoy salude a todos los que asomados por sus lápidas me llamaban por mi nombre; dejamos de existir y no queda nada, somos un vacio, un amor que no ama, un aire que nadie respira, un silencio que no se extraña, pero tú, tu siempre fuiste y eres; hoy más que nunca; un amor que se extraña, una amiga que no falla, una ausencia tan presente que no se olvida, y estas aquí en mi lecho mirando junto a mí el cuerpo muerto al que llamaste hermano cuando vivías, y entonces de nuevo puedo acariciarte el cabello, sonreírte mirándote a la cara, confiado en tus ojos claros que jugaron conmigo de chicos y crecieron de a poco y de la mano, que fueron haciendo mundo, sueños y esperanza, y que un día la muerte te llevo de mí a la nada; y entonces; me quede aprendiendo, acumulando, envejeciendo solo sin mi cómplice, sin mi razón pensante, pero hoy estas aquí justo en la noche que ya termina,  justo el día en que todo acaba, y el fin del mundo ha llegado, y no importa; hoy la muerte se ha disculpado conmigo por estos diez años, me ha devuelto tu risa, me ha devuelto a tu lado, y de pronto empieza a temblar, como se supone lo haría y la tarde me lo había anunciado con su olor,  me tomas de la mano y me hablas por primera vez en tantos años -es hora hermano-  y al fin completo el abrazo que me quede dando a tu cuerpo contigo ausente el día que te fuiste, cuando la muerte te llevo al olvido; y es el fin del mundo y no importa, y tiembla y todos despiertan, menos nosotros que nos hemos ido.

Imposible despertar y que te busque en mis recuerdos, en internet, sin que no estés por qué no volviste, siempre vuelves en tu día, porque la ausencia tuya y la muerte me han enseñado el olvido, me han llevado al destierro, y me han quitado el peso de la noche y tu cumpleaños, por que el tiempo aquí no existe.

Cruce corriendo cuando ya no había tiempo, al llegar al otro lado, los gritos y el chillido de el frenazo, así como un extraño sobresalto me hicieron temer lo peor. De nada sirvieron los planes y los preparativos, ni el estudio o los lamentosos años de mentiras y traiciones. Al darme vuelta y mirar, me di cuenta de que efectivamente, estaba muerto, y esta misma noche, que se supone termina el mundo, mientras llueve, y nos vamos, de pronto y de la nada, empieza a temblar.

A Yessita, en su cumpleaños.

domingo, mayo 15, 2011

La muerte

Hoy me vienen a llamar de la muerte, justo ahora que termina la hora de los muertos, se ha asomado a mi puerta con su figura perfecta y me ha llamado por mi nombre. Se ha acomodado las gafas y me invita a seguirla dejando todo atrás, dejando el computador encendido y la familia dormida, el cigarro a medio fumar y la madrugada sin dormir.

De pronto me resisto y trato de irme a la cama, de esconderme bajo las cobijas como cuando niño, de  refugiarme en los brazos de la amada que duerme sin sospechar este destino de adioses permanentes y desconsiderados espíritus de la muerte.

Ha venido pidiendo permiso para entrar; y aún así inesperada, en mal momento, el fin de semana planeado que no  será y la comida planeada de mañana sin hacer, la cita del lunes, las finanzas en acomodo, la descarga sin escuchar, el cuento sin escribir.

Hoy ha venido la muerte a llamarme al silencio, dejando el cuerpo tirado sobre el computador a medio adelgazar, a medio dejar de fumar, a medio padre y medio amarte, mientras duermes, justo cuando  lo demás es silencio y apenas, dios me medio salva, y alguien tenía que decirlo.

Los ojos muy rojos en el espejo, la vida que se va ajena, las uñas comidas y la vejiga sin vaciar, el niño que llama a su madre a encontrarme, la madrugada sin acabar; hoy la muerte me ha llamado al olvido y me resisto a despertar en el mar donde duermes a mi lado, tan lejos de acá, mientras los gallos todavía no cantan, expectantes de la muerte.

sábado, mayo 07, 2011

El infierno.


Yo no quiero irme al infierno, más no tengo otro camino. Conforme la vida se acorta se acerca la muerte, y con ella el destino; he tenido a dios como apaga fuegos en mi vida, él ha respondido, y tras ello yo lo he vuelto a olvidar  hasta la próxima vez. Pero que puedo hacer si mi naturaleza es esa? Soy malo y pecaminoso por naturaleza, no con otros o haciendo el mal, pero he abandonado el dogma por completo y me he entregado a los placeres de los adoradores del sentido, me he creído inmortal y he sido, todo lo que no se debe ser. 
Tú me dijiste que te arrancara las ropitas y lo he hecho, te he practicado el sexo una y otra vez sin meritos matrimoniales de por medio, a ti y a otra decena más al menos, he sido pecaminoso con el sexo y el tiempo ha trascurrido así, y me vengo a enterar justo ahora, 32 años tarde que mis acciones me llevarán al infierno y no puedo hacer nada por deshacerlo.
La pereza de ser cristiano y salvarme me ha conducido a esta deuda, hay quiénes me prometen que el arrepentimiento me salvará, que pagando la cuota mensual el señor se apiadará de mí y de el alma que creo que a veces no tengo, pero si me arrepiento, la verdad no seré sincero, no será por el remordimiento de mis acciones, si no por miedo, y creo  que eso no se vale en este juego, mucho menos si es cierto que dios sabe lo que hay en mi corazón.
Veo lo que veo y me dicen que es siniestro, y mientras medito lo frágil que es mi vida y lo cercano que soy a la muerte con mis excesos, adormecido viajo en este bus a media noche rodeado de fantasmas y soledades, y justo dos asientos después de mí viaja el pecado; una rubia con los muslos descubiertos que además de cuando en cuando me vuelve a ver y me sonríe, invitándome a el pecado nuevamente.
Justo delante de ella una anciana de apariencia milenaria y con ojos inquisidores me recuerda, que su recato debe ser en la vida de cada buen cristiano una norma imposible de saltar.
Tengo miedo de morirme e irme al infierno, miedo de hacerle el amor a esta rubia que cada vez me invita más al pecado, pero he cruzado el pasillo para hablarle y pedirle el teléfono, y mientras ella anota un nombre y un número en un boucher de cajero automático, puedo ver con detenimiento a la anciana delgada y larguirucha que como súccubus retirada seduce mi miedo, huele a añeja, a rancio y a guardado, de su cartera salen cucarachas que luego se esconden bajo el asiento.
Nunca pensé en la necesidad de ir al cielo para evadir al infierno, y no sé cómo ser bueno, nunca me interesó serlo; pero mientras ella sonreía escribiendo, delante de mí, notablemente inquieta la anciana, de cuello cerrado has el cuello, y rosario en mano, me mostraba un desconocido; para mí; ritual de vida; y es que la idea del infierno llegó a mí en forma de panfleto hace algunos días, retratando mi yo tan normal como un camino seguro al infierno, y esto me acosa desde entonces. Parado allí pareció detenerse el tiempo, disputando entre el pecado y la salvación mis sentidos, mi visión en los muslos de la escribiente, pero sin poder negar el olor a guardado de la anciana, que en toda su delgadez y su juventud añeja, había sido guardada en un closet por mucho tiempo, muñeca rara, olvidada y rota que de pronto me pareció atractiva debajo de su recato de negras ropas, sombra joven y vieja en una sola.
Noche de siempre y encuentros; de gente rara en el bus, desvíos de mirada, al fin todos éramos extraños como ella cada, ante tanto susto y superchería morbosa que se ejercitaba en esa noche, mientras me entregan con una sonrisa el nombre y el número del pecado, creo que si esa sombra se acerca, no podré más que sentirme tan inquieto por el destino.
Y me siento papel en mano, mientras la rubia hace la parada, y allí mismo una señora se sienta sobre la anciana que no existe y aparece sentada sobre mí, sin mirarme y recatada, con sus manos sobre los muslos tapados por una larga falta, que huele a guardado inevitablemente, notable, como mi miedo de ir al infierno.
me levanto arrugando el papel entonces, miró atrás los campos desocupados de mi asiento, tiro el número en la basura y hago la parada en un sitio desconocido, todo con tal de escapar de su juicio invisible de silencio, tan temeroso de este dios que me manda al infierno, mientras a lo lejos vuelvo a ver los muslos de la rubia que caminan hacia mí, que ya libre de los ojos huecos de la anciana me llevarán derecho al infierno de su cama y lejos del cielo que no entiendo.