sábado, abril 16, 2011

Mi muerte, mi destino y Dick Tracy


Hoy mi muerte ha venido a sentarse a tomar el café de la mañana conmigo, y me ha preguntado cómo me siento. Le he dicho que estoy bien, más allá del stress del trabajo y las penurias financieras; que veo con esperanza el mañana; al menos hasta ese instante en que tras el primer sorbo de café, apareció sentada frente a mí al otro lado de la mesa. Lleva puesta una gabardina caqui y un sombrero, inevitablemente me recuerda a Dick Tracy y me hace sonreír; parece a gusto con el hecho de que no me causa miedo, si no una extraña familiaridad.
Termino el café y me levanto, le he advertido que seguiré con el día normal que me espera, que no me quedaré sentado allí, esperando que me tome de la mano para llevarme caminando al olvido, pero no puedo obviarla, la estaré buscando en cada esquina cuando salga hacía el trabajo, sin duda estaré alerta a cada paso, tratando de evitarla, de engañarla, de sortearla, pero no librare un pulso ahí sentado con su mirada invisible tatuada en unos ojos inexistentes, mientras advierto que no tiene rostro.
Dejo la taza en el fregadero, al voltear ya no está en mi mesa, quizás quiso terminar con esto desde buena mañana, pero no lo hizo, me permitió lavarme los dientes, terminar de mudarme, alistar un sándwich, despedirme de todos & salir de la casa.
Apenas crucé el parque logré verla en una banca, sentado igual que en mi mesa leyendo los sucesos de un periódico que me interesó por la fecha; nada extraño, todos quisiéramos saber la fecha de nuestra muerte. Apenas si levantó la mirada mientras yo cruzaba el parque, inevitablemente tuve que sentarme junto a ella, le pedí permiso para fumarme un cigarro mientras en mi mente se arremolinaba su presencia tan notable, tan frustrante, a fin de cuentas todos tenemos una muerte destinada en la mesa o en una plaza, pero dudo que para todos sea tan presente y anunciada como esta, y mientras me da el permiso desinteresado de que fume solo murmura sin dejar de leer, que no me preocupe por ello, que a fin de cuentas el cigarro no va a matarme. Tan solo un par de subidas y me atrevo a preguntar, por que se presenta así, por que se anuncia acompañándome, quiero saber cómo y en qué momento del día será; y tan escurridiza como impredecible, aparta la vista solo un segundo del periódico para apurarme a que llegue al trabajo, que no vale la pena retrasarme hoy en particular, yo apago la chinga con el pie y luego  la tiro en la basura, mientras ella en su cuerpo de héroe de historieta vuelve al periódico con un aire  de indiferencia, como si quisiera que la obvie, sin lograrlo. Volteo a verla allí tan tranquila leyendo, no menos de tres veces antes de llegar a la esquina, e indiferente se queda allí como si no nos hubiéramos visto esta mañana, o hace unos segundos, y entonces tres chicas llenas de vida que no lo notan, cruzan sobre mí en la pasarela del parque, no llevan tantos otoños deshojándoles la piel como yo, que dejo caer hasta mi mirada enredado en el destino marcado que no logro ver venir desde la nada.
Y el día pasa entre llamadas y reuniones, papelería y reclamos, y yo sin ti viviendo este último día y la encrucijada, me disculpo con la excusa de una fuerte migraña, para estar contigo y los niños, sin saber si lograré llegar a casa, hoy esta ciudad parece un poco más peligrosa que de costumbre, más caras raras que me siguen en la acera, más conductores asesinos que de costumbre. Quizás pienso un segundo enredado en otros pensamientos, en el chequeo médico que postergue mucho tiempo y ya no debe valer de nada, y me apuro tomando un taxi, y recapitulo los pagos del seguro, las cuotas que faltan de la casa, solo quiero saber que cuando vuelva a encontrarla podré irme tranquilo, pero no puedo, pendiente de tres o cuatro temas a la vez ya ni siquiera soy claro para el dios que escribe mis pensamientos en una plantilla en blanco y que tal vez al igual que yo, tiene sentada a la muerte del otro lado de su mesa. Será así acaso? Cuándo deje de ser dueño de mi destino?
Llego a casa antes que todos, y ahí está ella, ya mi inquietud es más grande que mi entereza, y me siento en la mesa a mirarla, me sostiene su mirada vacía de ojos huecos, la penumbra va llenando la casa, y la tarde se vuelve noche cuando ya no puedo sostenerle la vista, y caigo rendido por un pesado sueño sobre la mesa.
Me despiertan los niños, tras ellos mi mujer, los niños no se dan cuenta, pero Ana fija en mí su mirada preocupada, me incorporo y busco a mi muerte sin encontrarla, abrazo a mi mujer y beso a los niños, solo me excuso con el mismo cuento de la migraña, entonces la noche sigue como siempre.
Cenamos, vemos televisión y acostamos a los niños a las nueve, ya en el cuarto sigo buscándola, solo una paloma negra vuela cerca del bombillo y magnifica su sombra, Ana se cambia y quiere cuidar de mí, su cariño poco a poco se vuelve seducción, aunque yo le sigo buscando sin reconocerla, la noche es de pronto tan familiar que la olvido un rato mientras le hago el amor a mi mujer, aunque sin que ella lo noté pierdo mi mirada y los pensamientos vuelven a abalanzarse sobre mí de forma desordenada, hasta que Ana cae rendida tras la jornada y el acto en que la amo quizás por última vez. Me acuesto a su lado con demasiadas preguntas y miedo a sus respuestas, padezco de insomnio la noche y la madrugada en que mi muerte  ha venido a sentarse a tomar el café de la mañana conmigo, y conforme de nuevo el sueño se me viene encima con la madrugada, agradezco el gesto de dejarme finalmente emprender el viaje en mi cama, habiendo sido un buen marino y padre por última vez, mientras caigo dormido de a poco, y la escucho llamarme desde el olvido, de pie en el quicio de la puerta, seguro por fin de que no habrá café en la mañana mientras la última hoja de mi otoño se queda en nuestra cama. Gracias por el viaje.

sábado, abril 09, 2011

Mariposas sin alas.

Tú y yo que nos conocemos de otra vida, que dormimos al lado en océanos cósmicos lejanos, que hoy nos encontramos en el silencio de las sombras que se encuentran en las penumbras del sueño.
Porque tú y yo nos conocemos de otra vida, y sin embargo, nos sentimos incapaces algún día de caminar sin nosotros, de ir tras caminos absurdos y de otros, nos equivocamos, sufrimos, lloramos, reímos, gemimos, y sin embargo, seguimos aquí, a veces tan lejanos, que creemos que el mundo es poco, tan breve, tan extraño; jamás podré negar que te amo, que somos los mismos que se reconocieron sin haberse visto nunca.
Tengo ganas de irme a un lugar olvidado contigo, a escuchar canciones de las que nadie recuerda el nombre, cuando haga frio y sople el viento de lluvia y la gente se vaya a casa porque se siente poco, expuesta a la intemperie; porque yo ahí, solo mirándote y de tu mano; me sentiré seguro... y vuelve a sonar la nostalgia en el eco de la canción del olvido, será algún clásico olvidado de un grupo sin nombre que solo tú y yo reconocemos como nuestra canción.
La cama está hecha, y aunque es de madrugada, te limitas a tomarte las rodillas haciéndote pequeña en un rincón, pequeña y sentada entre tus piernas, sosteniendo los brazos y viceversa en tus rodillas, mientras yo clavo mariposas muertas en la pared, sobre la cama hecha donde ya no duermes, ni hacemos el amor.
Descalza por el camino de tierra sales a buscarme, me reclamas, me gritas! me llamas! y no encuentro como devolverte a la cama cubierta por esta sobrecama de alas arrancadas a los simples gusanos que clavo en la pared, que se retuercen cuando les pongo un clavo en medio, y se transforman en silencio.
Y encuentro tus ojos siguiendo tus lágrimas, y encuentro tus manos en el vacío donde me buscas, y encuentro tu boca en mi nombre que llamas, hay un monstro creciendo en tu cabeza; una mariposa negra con ojos de la muerte, que miran perdidos a mi sombra que clava otro gusano sin alas; que meto bajo tu almohada junto a una hoja seca que te diga todo lo que no puedo en la mañana,;  sacarás tus manos de abajo de ella, apretando en tu puño las alas rotas de el deseo invisible que nos separa.
Sabrás entonces que fuiste mía de nuevo, sin encontrar mi cuerpo a tu lado, porque las alas bajo tu piel desnuda te harán el amor dormida de madrugada; sexo con amor de los ausentes; que vuelven invisibles los clavos de ataúd en tu pared, con gusanos sin alas retorcidos, que solo vendré a desclavar cada noche, para poner nuevas mariposas sin alas, que he arrancado para usar de sobre cama, cuando ya esté muerto de nuevo en el olvido de tu calma.
Te espero, soy solo el muerto egoísta que no quiere que lo olvides, que te canta esa canción de la que ya no recuerdas el nombre, mientras te hace el amor y deja clavos de ataúd en tu pared, con gusanos sin alas que obvias.
No soy yo el que llora amor, si no el hijo sin nacer que se fue conmigo a este silencio y este ritual de cada noche, pero no me olvides en los ojos perdidos que no parpadean, de mariposa negra que según la terapia, es un monstro que crece en tu cabeza,  desde la noche aquella en que me fui para siempre del espacio vacío en que me buscas, cuando la gente se va a casa porque se siente poco, expuesta a la intemperie; perdóname entonces si de pronto, ellos son mis mariposas sin alas, silencio en silencio que calla.

sábado, abril 02, 2011

Nada

Hace tiempo que no logro transformar una hoja en blanco en algo bello, o algo terrible, el estrés lo ha tomado todo y me ha reducido como a Gregorio Sansa a un triste remedo de metamorfosis de bichos que es atraído a la luz y revolotea alrededor de ella. Mi computador es testigo de mis noches en vela sin ideas ni talento alrededor de unas teclas que se niegan a hacer lo que quiero. 
Salgo a la ventana del  balcón a fumar y entonces solo encuentro al pájaro muerto sobre el techo del vecino que esta mañana choco contra el vidrio tratando de atravesar igual que yo una barrera invisible que es capaz de dejarme en nada, a expensas de los gatos que rondan el vecindario. Fumo sobre él, lo miro, una y otra vez, tratando al menos de inspirarme en una muerte sin ganas y sin sentido, quizás tratando que algún invisible venga a mí a dictarme sus palabras de demonio griego llamado por los dioses, pero hace tiempo que me han olvidado y ya no me hablan, mientras la hora de los muertos acaba.
Mi refrigerador es de dos puertas, meto arriba una cerveza para que se enfrié rápido, pero tampoco será esta poción de fin de semana, mis dedos torpes recorren torpemente el teclado sin conseguir lo que busco en esta madrugada revoltosa y caliente.
Ya poco puedo hacer por crear un personaje creíble que no sea yo, nada puedo hacer por que vuelva la musa, mientras veo a las palomillas revolotear torpes el mercurio de la luz pública que se apaga cada quince minutos, mientras la computadora que entra en estado de internación me llama de la misma manera, sin que yo pueda reactivarla diciéndole cualquier cosa que no sea nada.
La musa duerme y me siento infiel pensando en la muchacha, que no sé exactamente si la cree para un texto, o la vi esta tarde despreocupado mientras caminaba por San José.
Y vuelvo revoloteando al computador que se apaga a escribir tonterías, que sin pies ni cabeza vencen a la página en blanco, y que ustedes leerán mañana (o hoy?) dejando un pájaro muerto en el techo del vecino rociado por la ceniza de mi cigarro, a la vez que Bon Jovi confundido canta en los auriculares de mi computador, que entrando de nuevo al estado de invernación me avisa que las palabras para esta hoja en blanco son nada  y  que el sueño me ha vencido de nuevo esta noche en la que revoloteo atraído por esta luz, que ante la severidad de mi página en blanco llena de tonterías solo me lleva a sacar la cerveza de la puerta de arriba del refrigerador, y que me da una escusa para revolotear un rato más frente a esta pantalla llena de nada que por hoy lo es todo y es... y que con los Caifanes me dice, que cada piedra es un altar.

Deshora.