sábado, octubre 22, 2011

El mar al que nunca llegó.

Escarbó un poco más, con sus dedos rascando, con uñas comidas arrancó el grano, la sangre se secó de inmediato, encontró entonces justo lo que temía, y logró introducir todo el dedo, estaba hueco y apenas cubierto con carne, musculo y sangre, ausculto dentro en busca de más, de un poco de hombre, de hueso, más no tocó más que vacío. 
Desde hace semanas venía ocurriendo así, esa madrugada despertó sobresaltado como siempre, sintiendo que algo le faltaba. Lo primero que le robaron fue la calma, al despertar y sentirse incompleto, vacío, y esa noche justo era corolario de lo que venía pasándole cada noche cerca de las 4am; al principio despertaba bañado en sudor, pero al cabo de varias noches, solo era el susto y el frio colándose entre sus poros vacíos; y ya no sudó más. 
Una noche despertó sin fuerzas, otra sin espíritu, otra noche lo habían dejado sin palabras, y al cabo de varios episodios, también le habían robado la esperanza, a la mañana notó también que le faltaban dedos en los pies, y entonces supo que nada lo detendría, y que no se trataba de un simple episodio de psicosis de esos que tenemos cuando una repentina preocupación o premonición desconocida; si gustan llamarle así; nos viene al hueco que se nos hace en el estómago sin razón.
La noche que Karla; su novia; se quedó con él, despertó sin ganas, y desde entonces ya no la llamo más, como si temiera contagiarla de algo, y luego, cuando se acordó de ella una mañana, vio que en su mente faltaban su número, su cara, su nombre, y la olvido como muchas otras cosas que le fueron robando cada noche, el sabor de la comida de su madre o el gusto por una tarde con la brisa del mar lejano al que nunca llegó.
Después empezaron a faltarle más partes de su cuerpo,  dejo de sentir los latidos en el pecho, el aire se le salía por todas partes al respirar, luego los dientes, y un amasijo de sangre en la boca desdentada, las orejas, las cejas, los párpados, el  bigote, y los oídos, solo le quedó un estridente pitido de interferencia, de ruido blanco con voces que no reconocía, hasta que finalmente un día despertó sin ojos, y desde entonces se dió cuenta de que  le faltaba la noción del tiempo.
Se quedó entonces en la cama, en una madrugada eterna, sin saber las horas, durmiendo y despertando, sabiendo cada vez que algo más se habían llevado, solo con su tacto, su mente y la certeza de que la muerte se lo estaba llevando a pedazos.
Pero le quedaban los sueños, y soñó con ella; aquella de la que ya no sabía el nombre, soñó que le hacía el amor mientras se caía a pedazos y ella le cabalgaba, quedando tendido en la cama sin que ella lo notará, y al despertar, le habían robado el sueño y ya no soñó más con el mar lejano, con el sabor de la comida de su madre ni con la vida perdida en ese eterno deja-vu de ir desapareciendo de apoco.
A partir de entonces fue consciente de cada cosa que le robaban, estuvo despierto el día que le robaron los riñones, el día que ahogado vomitó el alma, misma que buscó palpando en la cama y no encontró.
Tarareaba aquella canción misteriosa de la que nunca supo el nombre hasta que se la llevaron de su memoria junto a todas las demás razones y su conciencia existencial; se llevaron su nombre, su ser, su identidad.
Quedó siendo un estropajo de sí en una cama invisible excepto por su espalda, sin tiempo y sin espacio, solamente como estadio de su muerte, con la malicia intacta, fraguando un fin decoroso contraarte de la actitud pasiva   de hasta entonces, seguro de que la muerte terminaría su labor de hormiga en el próximo sobresalto,
Decidió que el último dia de su vida se tomaría las cosas con calma. Ya no se arrepentiría de las cosas que no hizo; ni siquiera del mar lejano al que nunca llegó; esperando que fueran pocas, aunque justo esas contituyeran la razón que trajo a la muerte a llevárselo en pedazos. El último día de su vida tampoco se levantará de la cama, esperará a la muerte fingiendo dormir despierto una calma escasa y rara y sin hacer nada, descansando esta larga jornada desde su parto a hoy, a la de menos podrá entonces convencerla de que se acueste con él antes de terminar su trabajo y la seducirá para hacerla su amante, la llamará por el nombre de la mujer que olvido, excepto por que sabe de los vestigios de sus dedos y su sudor en la piel; o lo que queda de él;  y antes de irse con ella y dejar su cama por primera vez en días y por última vez, la muerte se le entregará y le quitará de lo robado al menos la humanidad, y se vengará así, esperándola con los ojos abiertos y los sentidos despiertos antes de quedarse de nuevo dormido, soñando la brisa de la tarde del mar lejano en su cara, haciéndole el amor pensando en otra, aunque se vaya de su mano a la distancia.