Los Cerdos Voladores no son alucinaciones elefantísticas http://foticas.ticoblogger.com/2008/03/terminantemente-prohbido-pensar-en.html de Amorexia, ni animales neomitológicos http://alejandrotrejos.ticoblogger.com/2008/07/hakuna-matata.html de don A, menos guardas http://titocracia.ticoblogger.com/2008/07/una-cuestin-de-solidaridad.html de titocracia, son cosa de todos los días, pero que a veces no les prestamos atención.
Por eso 4 bloggers decidimos hablar de ellos desde diferentes perspectivas, por supuesto con una colaboración gráfica realmente de la realeza http://elmardeorion.ticoblogger.com/ .
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ACTUALIZACION: Terox se nos ha unido.
Cerdos voladores.
Cuando éramos niños, aunque la vida era mucho mas difícil y nuestra impotencia total, ser feliz resultaba algo muy sencillo, eran cosas muy simples las que nos hacían felices.
Los recuerdos suelen ser a veces acartonados, lejanos, aquella tarde en la plaza, desordenada y polvorienta, la multitud se amontonaba y corría despavorida, sin ningún orden en el espectáculo de paracaidismo que el municipio; creo; había “organizado” con la siempre y típica improvisación de mi pueblo, sin orden, sin localidades, sin zona de seguridad los paracaidistas se las agenciaban para descender en el medio de la plaza en los espacios minúsculos que la multitud dejaba, ésta se apartaba cuando alguno maniobraba, y luego lo seguían en carrera, lo palmeaban, lo felicitaban mientras el acróbata atareado trataba de recoger su paracaídas cuyas líneas se enredaban en la gente, y preocupados median si había espacio para el compañero que venía detrás.
Yo estaba mas interesado en el cielo, mi prima y yo, pequeños, ajenos, perdidos en la multitud y tomados de la mano, inadvertidamente esquivábamos a las turbas; o estas nos esquivaban a nosotros que ni cuenta nos dábamos; que amenazaban con atropellarnos.
Ella, juntaba piedras de el suelo y me las daba, yo se las tiraba sin cuidado y sin fuerza a los cerdos voladores que solo ella y yo parecíamos ver, nos preocupaba que alguno se interpusiera en la caída de los héroes que luchaban con la multitud en el suelo. Mi prima, me apuntaba con las piedras en la mano por donde pasaba algún cerdo, yo tomaba las piedras, apuntaba y disparaba, celebrábamos cada vez que alguno se precipitaba al suelo, la polvoréda del fondo ayudaba a dar fin a la ilusión, cada nube de polvo era un cerdo que caía, luego la gente lo pisoteaba.
Volvimos a casa como héroes, de la mano, pequeños y solos, eran otros tiempos, dos niños podían caminar por la calle sin miedo, mas que los cerdos voladores habían sido eliminados, y los héroes, con al menos solo un par de sustos cuando la multitud no había sido completamente ágil al evitar la caída, estaban ilesos en sus microbuses camino a casa, no volvimos a saber de los cerdos voladores sino 15 años después cuando en el lecho de muerte de mi prima los recordamos, nos reímos y nos sentimos bien por lo que ese día habíamos logrado. Y es que ya no era tan fácil ser felices, aunque ya la impotencia de esos tiempos difíciles no existía, si no tan solo en el hecho, de tener a mi compañera de aventuras allí muriendo, sin poder hacer nada. La realidad nos había golpeado en la cara, el mundo era otro, las preocupaciones parte de nuestras existencias, ya no había tiempo para ver hacía arriba y salvar héroes, y la plaza verde pero cercada ya no era lugar de eventos improvisados, estos mas sofisticados ahora y en otros estadios; eran propiedad exclusiva de empresas especializadas en el ramo de los espectáculos. La tarde que ella murió me sentí frágil, impotente, pero con una conciencia distinta, ya mis ojos no miraban las mismas cosas, pero pude ver, de nuevo cerdos que volaban por el cielo, estaba por cierto plagado el mismo de ellos, y yo ya no tenía quién me pasara piedras, ni quién me apuntará por donde iban volando. Lloré , lloré conciente de esa impotencia, los cerdos no me determinaban, la multitud no me determinaba, tal y como cuando era niño, y caminar por las calles ya no era seguro. Vi que Pink Floid lo sabía, desde mucho antes que nosotros, “pigs on the wind” sonaba en mi reproductor, recordaba las imágenes del concierto donde un enorme cerdo volaba por sobre encima de el escenario, y era en la tarde, tal como ese día en la plaza.
En medio de mi llanto, mi visión se volvió acartonada y lejana, y vi polvaredas levantarse a lo lejos, salí precipitadamente a ver al cielo y ahí estaba ella, alada, derribando cerdos como la héroe que siempre fue, desde que me pasaba piedras esa tarde en medio de el tumulto que no advertía, tal como ahora que no lo hacían, sonreí por vez primera desde que ella se había ido, los cerdos voladores no estarían seguros, y el mundo, distinto ahora no sería tampoco tan peligroso, por que yo tenía quién me cuidará, de nuevo, como 15 años atrás.
Los recuerdos suelen ser a veces acartonados, lejanos, aquella tarde en la plaza, desordenada y polvorienta, la multitud se amontonaba y corría despavorida, sin ningún orden en el espectáculo de paracaidismo que el municipio; creo; había “organizado” con la siempre y típica improvisación de mi pueblo, sin orden, sin localidades, sin zona de seguridad los paracaidistas se las agenciaban para descender en el medio de la plaza en los espacios minúsculos que la multitud dejaba, ésta se apartaba cuando alguno maniobraba, y luego lo seguían en carrera, lo palmeaban, lo felicitaban mientras el acróbata atareado trataba de recoger su paracaídas cuyas líneas se enredaban en la gente, y preocupados median si había espacio para el compañero que venía detrás.
Yo estaba mas interesado en el cielo, mi prima y yo, pequeños, ajenos, perdidos en la multitud y tomados de la mano, inadvertidamente esquivábamos a las turbas; o estas nos esquivaban a nosotros que ni cuenta nos dábamos; que amenazaban con atropellarnos.
Ella, juntaba piedras de el suelo y me las daba, yo se las tiraba sin cuidado y sin fuerza a los cerdos voladores que solo ella y yo parecíamos ver, nos preocupaba que alguno se interpusiera en la caída de los héroes que luchaban con la multitud en el suelo. Mi prima, me apuntaba con las piedras en la mano por donde pasaba algún cerdo, yo tomaba las piedras, apuntaba y disparaba, celebrábamos cada vez que alguno se precipitaba al suelo, la polvoréda del fondo ayudaba a dar fin a la ilusión, cada nube de polvo era un cerdo que caía, luego la gente lo pisoteaba.
Volvimos a casa como héroes, de la mano, pequeños y solos, eran otros tiempos, dos niños podían caminar por la calle sin miedo, mas que los cerdos voladores habían sido eliminados, y los héroes, con al menos solo un par de sustos cuando la multitud no había sido completamente ágil al evitar la caída, estaban ilesos en sus microbuses camino a casa, no volvimos a saber de los cerdos voladores sino 15 años después cuando en el lecho de muerte de mi prima los recordamos, nos reímos y nos sentimos bien por lo que ese día habíamos logrado. Y es que ya no era tan fácil ser felices, aunque ya la impotencia de esos tiempos difíciles no existía, si no tan solo en el hecho, de tener a mi compañera de aventuras allí muriendo, sin poder hacer nada. La realidad nos había golpeado en la cara, el mundo era otro, las preocupaciones parte de nuestras existencias, ya no había tiempo para ver hacía arriba y salvar héroes, y la plaza verde pero cercada ya no era lugar de eventos improvisados, estos mas sofisticados ahora y en otros estadios; eran propiedad exclusiva de empresas especializadas en el ramo de los espectáculos. La tarde que ella murió me sentí frágil, impotente, pero con una conciencia distinta, ya mis ojos no miraban las mismas cosas, pero pude ver, de nuevo cerdos que volaban por el cielo, estaba por cierto plagado el mismo de ellos, y yo ya no tenía quién me pasara piedras, ni quién me apuntará por donde iban volando. Lloré , lloré conciente de esa impotencia, los cerdos no me determinaban, la multitud no me determinaba, tal y como cuando era niño, y caminar por las calles ya no era seguro. Vi que Pink Floid lo sabía, desde mucho antes que nosotros, “pigs on the wind” sonaba en mi reproductor, recordaba las imágenes del concierto donde un enorme cerdo volaba por sobre encima de el escenario, y era en la tarde, tal como ese día en la plaza.
En medio de mi llanto, mi visión se volvió acartonada y lejana, y vi polvaredas levantarse a lo lejos, salí precipitadamente a ver al cielo y ahí estaba ella, alada, derribando cerdos como la héroe que siempre fue, desde que me pasaba piedras esa tarde en medio de el tumulto que no advertía, tal como ahora que no lo hacían, sonreí por vez primera desde que ella se había ido, los cerdos voladores no estarían seguros, y el mundo, distinto ahora no sería tampoco tan peligroso, por que yo tenía quién me cuidará, de nuevo, como 15 años atrás.
Para Jessi.
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