sábado, mayo 03, 2014

Procesión Nocturna

La mujer obesa y desnuda se sirve otro trozo de inocente, no hace falta atarlo o sostenerlo, no a uno que ya no tiene piernas para aprender a caminar un día, mucho menos uno que es indefenso desde el vientre que maldijo el día en que llegó a él, y que estando boca arriba, por su estado de recién parido y en medio de una placenta en descomposición y mal oliente es incapaz incluso de llorar.

Yo le lamo las heridas a su madre desfallecida sobre la cama, encharcada en sangre, tan indefensa como el niño que arranco de su entrepierna. Y es que hasta las perras paren, como no lo va a hacer esta criatura? Sus padres caminan lento desde arriba de la cuesta que trae el camino, pasa frente a la casa y termina en el templo, a solo unos pasos de acá; vienen y caminan, cantando lamentos que me hacen sonreír, con sus candelas, con sus mentiras, vistiendo luto y acompañados por casi todo el pueblo devoto en su procesión de muertos de viernes santo.
Traen vírgenes y magdalenas llorando en los hombros, vistiendo túnicas moradas como el sacerdote que pendula un quemador de cobre hirviendo, regando semen sacrosanto que huele a incienso por la calle real, ese que al oler las señoras mas viejas con su velo negro se persignan; vienen bajando y el pueblo detrás de un sepulcro llora, como si fuera un muerto el que traen, y no un amasajo de espanto; un Cristo muerto de madera según su imaginario; yo los veo desde la ventana mientras la obesa relame la sangre que le ha goteado el pecho, y la desfallecida ajena a todo empieza a incubar, a dar posada en su vientre al vacío del flagelado, un verdadero niño Dios que ha muerto, sin siquiera haber nacido.
La procesión nocturna pasa frente a la casa, pasa en silencio, solo se reconocen los pies arrastrados, los susurros de los lamentos, corro la cortina para verlos mejor, me interrumpe un gemido lastimero de la que inconsciente sostiene su vagina ensangrentada; vuelvo a la calle para verlos volver a ver a la casa, ellos; sus padres; no imaginan lo que aquí sucede, y solo ven mi silueta, en eso entra la nana que consiente y cómplice sirve para tapar el triste hecho, trae una tina y estropajos para limpiar la sangre, a la niña parida, y que servirán de mortaja al niño que ya la gorda ha engullido completamente; ya es de esa muerte obesa y cabrona; ellos solo ven mi silueta e imaginan que es su devota hija admirando el rito, al que no asiste por el veto que el padre Carlos le ha dado a los buenos jóvenes después de la hora del rosario, misma que aprovechan para encamarse, masturbarse, o entregarnos a sus hijos muertos.
Para la Nana pasamos desapercibidos, a su edad reconocernos es pactar la existencia de un demonio al que la religiosidad no puede dar cabida; ya los dolientes entran a la iglesia con su madero muerto, entran rezando, de rodillas y llorando, el espectáculo me regocija, la obesa me seduce y yo asqueado le sonrío, siempre la excita tragarse así la vida truncada de un niño muerto; para cuando todos salen de la misa, la muchacha descansa la fiebre aseada y entre sabanas blancas, inmaculadas; sus orgullosos padres pensarán que duerme, ya la obesa y yo nos habremos ido, y ella dormirá la madrugada y gran parte de el día siguiente, el domingo volverá recuperada a ser una niña de bien cuando represente a la virgen en la procesión del resucitado, la obesa y yo seremos cotidiano para seguir invisibles hasta que en la próxima procesión nocturna, otra virgen necesite que le guardemos un hijo muerto.