miércoles, noviembre 30, 2016

Adentro


El reloj se detuvo a las 9:22 y 32 segundos, entonces dejamos de mirarnos, cesó la lluvia, la mirada de terror, el ruido, las palabras, cesó el silencio, y el miedo se disipó hacía dentro, como algo que se desinfla y desaparece; en el centro del estomago; entonces la calma nos golpeó con fuerza, los movimientos desapercibidos del cabello empapado, de la guerra contra la muerte, del aturdimiento.

La noche con su mano enorme tomo la casa, el agua hasta las rodillas, el terror golpeando las paredes y arrancando el techo se fueron, entonces vino la oscuridad, el silencio; pero no aquel que se hace de la falta de ruido, si no más bien el que nace del exceso, de que un grito, un rugido terrible te deje sordo, de la calma que nace del caos, cuando lo perceptible desaparece ante el barullo y la violencia.

Puedo imaginar que tratábamos desesperadamente de salvar a los niños, quizás con la esperanza de salvarnos también; a las 9.22 con 33 segundos, yo ya estaba muerto, lo sé por que caminé sobre las rocas que enterraban mi cuerpo más tarde, lo sé por que te encontré a ti y a los niños de la mano esperando, ellos jugaron entre los escombros de la casa mucho tiempo, tu y yo volvimos a mirarnos ya sin miedo, sobre una piedra que sería de ahora en adelante un altar.

A la memoria de los fallecidos y damnificados del huracán Otto.