Hoy mi muerte ha venido a sentarse a
tomar el café de la mañana conmigo, y me ha preguntado cómo me siento.
Le he dicho que estoy bien, más allá del stress del trabajo y las
penurias financieras; que veo con esperanza el mañana; al menos hasta
ese instante en que tras el primer sorbo de café, apareció sentada
frente a mí al otro lado de la mesa. Lleva puesta una gabardina caqui y
un sombrero, inevitablemente me recuerda a Dick Tracy y me hace sonreír;
parece a gusto con el hecho de que no me causa miedo, si no una extraña
familiaridad.
Termino
el café y me levanto, le he advertido que seguiré con el día normal que
me espera, que no me quedaré sentado allí, esperando que me tome de la
mano para llevarme caminando al olvido, pero no puedo obviarla, la
estaré buscando en cada esquina cuando salga hacía el trabajo, sin duda
estaré alerta a cada paso, tratando de evitarla, de engañarla, de
sortearla, pero no librare un pulso ahí sentado con su mirada invisible
tatuada en unos ojos inexistentes, mientras advierto que no tiene
rostro.
Dejo
la taza en el fregadero, al voltear ya no está en mi mesa, quizás quiso
terminar con esto desde buena mañana, pero no lo hizo, me permitió
lavarme los dientes, terminar de mudarme, alistar un sándwich,
despedirme de todos & salir de la casa.
Apenas
crucé el parque logré verla en una banca, sentado igual que en mi mesa
leyendo los sucesos de un periódico que me interesó por la fecha; nada
extraño, todos quisiéramos saber la fecha de nuestra muerte. Apenas si
levantó la mirada mientras yo cruzaba el parque, inevitablemente tuve
que sentarme junto a ella, le pedí permiso para fumarme un cigarro
mientras en mi mente se arremolinaba su presencia tan notable, tan
frustrante, a fin de cuentas todos tenemos una muerte destinada en la
mesa o en una plaza, pero dudo que para todos sea tan presente y
anunciada como esta, y mientras me da el permiso desinteresado de que
fume solo murmura sin dejar de leer, que no me preocupe por ello, que a
fin de cuentas el cigarro no va a matarme. Tan solo un par de subidas y
me atrevo a preguntar, por que se presenta así, por que se anuncia
acompañándome, quiero saber cómo y en qué momento del día será; y tan
escurridiza como impredecible, aparta la vista solo un segundo del
periódico para apurarme a que llegue al trabajo, que no vale la pena
retrasarme hoy en particular, yo apago la chinga con el pie y luego la
tiro en la basura, mientras ella en su cuerpo de héroe de historieta
vuelve al periódico con un aire de indiferencia, como si quisiera que
la obvie, sin lograrlo. Volteo a verla allí tan tranquila leyendo, no
menos de tres veces antes de llegar a la esquina, e indiferente se queda
allí como si no nos hubiéramos visto esta mañana, o hace unos segundos,
y entonces tres chicas llenas de vida que no lo notan, cruzan sobre mí
en la pasarela del parque, no llevan tantos otoños deshojándoles la piel
como yo, que dejo caer hasta mi mirada enredado en el destino marcado
que no logro ver venir desde la nada.
Y
el día pasa entre llamadas y reuniones, papelería y reclamos, y yo sin
ti viviendo este último día y la encrucijada, me disculpo con la excusa
de una fuerte migraña, para estar contigo y los niños, sin saber si
lograré llegar a casa, hoy esta ciudad parece un poco más peligrosa que
de costumbre, más caras raras que me siguen en la acera, más conductores
asesinos que de costumbre. Quizás pienso un segundo enredado en otros
pensamientos, en el chequeo médico que postergue mucho tiempo y ya no
debe valer de nada, y me apuro tomando un taxi, y recapitulo los pagos
del seguro, las cuotas que faltan de la casa, solo quiero saber que
cuando vuelva a encontrarla podré irme tranquilo, pero no puedo,
pendiente de tres o cuatro temas a la vez ya ni siquiera soy claro para
el dios que escribe mis pensamientos en una plantilla en blanco y que
tal vez al igual que yo, tiene sentada a la muerte del otro lado de su
mesa. Será así acaso? Cuándo deje de ser dueño de mi destino?
Llego
a casa antes que todos, y ahí está ella, ya mi inquietud es más grande
que mi entereza, y me siento en la mesa a mirarla, me sostiene su mirada
vacía de ojos huecos, la penumbra va llenando la casa, y la tarde se
vuelve noche cuando ya no puedo sostenerle la vista, y caigo rendido por
un pesado sueño sobre la mesa.
Me
despiertan los niños, tras ellos mi mujer, los niños no se dan cuenta,
pero Ana fija en mí su mirada preocupada, me incorporo y busco a mi
muerte sin encontrarla, abrazo a mi mujer y beso a los niños, solo me
excuso con el mismo cuento de la migraña, entonces la noche sigue como
siempre.
Cenamos,
vemos televisión y acostamos a los niños a las nueve, ya en el cuarto
sigo buscándola, solo una paloma negra vuela cerca del bombillo y
magnifica su sombra, Ana se cambia y quiere cuidar de mí, su cariño poco
a poco se vuelve seducción, aunque yo le sigo buscando sin reconocerla,
la noche es de pronto tan familiar que la olvido un rato mientras le
hago el amor a mi mujer, aunque sin que ella lo noté pierdo mi mirada y
los pensamientos vuelven a abalanzarse sobre mí de forma desordenada,
hasta que Ana cae rendida tras la jornada y el acto en que la amo quizás
por última vez. Me acuesto a su lado con demasiadas preguntas y miedo a
sus respuestas, padezco de insomnio la noche y la madrugada en que mi
muerte ha venido a sentarse a tomar el café de la mañana conmigo, y
conforme de nuevo el sueño se me viene encima con la madrugada,
agradezco el gesto de dejarme finalmente emprender el viaje en mi cama,
habiendo sido un buen marino y padre por última vez, mientras caigo
dormido de a poco, y la escucho llamarme desde el olvido, de pie en el
quicio de la puerta, seguro por fin de que no habrá café en la mañana
mientras la última hoja de mi otoño se queda en nuestra cama. Gracias
por el viaje.