viernes, agosto 10, 2012

Levedad.

Levedad…
Soy escritor de la noche, por eso me gusta la hora de los fantasmas, rodearme de invisibles, tomar dictado. Ya son varias noches las que no me hablan, en las que no se presentan, a pesar de la atmósfera correcta, la oscuridad, el silencio, la soledad, pues cada vez que una presencia me susurra al oído, recuerdo tu rostro.
Hay gusanos en la ensalada, y raíces y enredaderas creciendo en las paredes, la oscuridad ha tomado todo, y los leves rayos que entran por las ventanas tapeadas desde adentro tan solo sirven para incrementar y hacer mas notable la noche.
Despierto con el ruido de los que golpean mi puerta, entran las damas prostitutas sin rostro, muestran sus pechos enormes, ensucian de hollín el largo ruedo de sus vestidos blancos, y se quedan en silencio recitando sus cantos de sirena y llanto.
Soy solo uno mas que se desterró, de los que trabajaban por la luz y cruzó la línea por ese albedrio incongruente de ojos vacíos y amor humano, y desobedecí señales, gritos y maestros, me entregue en mis fuerzas por lo que creí justo, por que los misteriosos caminos de Dios se me volvieron borrosos, y en el espejo hoy solo veo un demonio, que se niega a ser súbdito, a ser legión.
Poseído, temeroso veo cucarachas como ratas asirse de mis piernas, mientras me miran desgraciadas con enormes ojos ciegos; doy un paso para atrás, un paso en falso, y la oscuridad se mete en mis ojos, baja como humo en reversa, me cubre, me reza.
Maldita sea la gente y el mundo, los niños bellos que me abandonan, la inocencia que ya no profeso por fé y convicción; ni siquiera puedo ser ateo por que esta rabia va contra él; si no como odiarlo!? Si no de que vale estos silencios y mis asesinatos si Dios no existe?
La noche me cae encima, y las damas prostitutas lloran y se tocan, se cogen, empieza la orgía y la habitación se va llenando de demonios que vienen a ver caídas mis fuerzas; todos los ejércitos de luz me han abandonado, todo; y cualquier Dios me ha repudiado, y solo me quedan estas letras a la hora de los muertos.
Lo hice por sexo, por amor, por lo que sea, y maté al que cumplía un equilibrio y no debí desterrar; la niña en mis brazos siniestros se fue desmoronando mientras era torturada, y reía, y aunque me dijeron que no entrara, que no me metiera estalle en sombra que se esparce como incienso quemado, y partí su alma, y la de sus legiones, aunque no debía, y me dejaron solo, a esta suerte.
La muerte se llevo a mi familia, pero se negó a verme siquiera a la cara, a tocarme, a aliviarme; yo seduje a la perra, pero la sangre que goteó de mis muñecas tan solo me otorgo mi apariencia de fantasma, un fregadero tapado de coágulos y carne, pero no de el alivio que buscaba; y hoy me llegan a llevar uno por uno y sus miserias, la casa repleta de muertos, demonios y fantasmas, y ahora la niña tan solo se corta, se corta sola por el gusto de verse sangrar, loca, distraída perdida; atormentada, por que ya no es su padre; el demonio que no debí destruir; quien la atormenta; si no mi estancia, mi presencia. Yo me agito y la busco, la calmo, me masturbo sobre ella tirada en el suelo ausente, con su mano y su cuchillo en unión profunda, hasta los tendones, hasta que los dedos ya no responden y lo suelta; me arrepiento, me despabilo, pregunto por vez primera su nombre, en busca de un pequeño vestigio de nuestra humanidad; de la mía perdida en este tormento; y por un momento fija los ojos perdidos y abiertos como platos; vuelve un instante de la locura y solo atina a decirme que no tiene nombre “nunca nadie pensó que viviría lo suficiente como para necesitar ponerme uno” y entonces desolado y enterado de que no habrá respuestas ni luz más; doy otro paso en falso y me alejo, mientras ella vuelve a la locura y con las manos y los dedos atrofiados trata de volver al cuchillo y termina jugando con su sangre encharcada en el suelo; y yo gimo como cerdo mientras me sujetan; y por eso esperé la hora de los muertos, por que ahora trato de sublimarme y encimar la noche estallando en humo espeso y casi líquido de desintegración; para matarlos, para matarme, redimirme? Quizás, aunque ya no importe, me miro de nuevo en el espejo y veo al demonio, aunque en mis ojos reconozco al hombre, ya no puedo detenerlos, y me saben indefenso, levanto la cara para vomitar el alma, con la esperanza de escapar de él, tal vez de despertar; pero entonces aparece, justo al final de la hora de los muertos; 2.59am, y todos de rodillas me hacen saber, que su sola presencia, es punto final para este texto.