Levedad…
Soy escritor de la noche, por eso me gusta la hora de los
fantasmas, rodearme de invisibles, tomar dictado. Ya son varias noches
las que no me hablan, en las que no se presentan, a pesar de la
atmósfera correcta, la oscuridad, el silencio, la soledad, pues cada vez
que una presencia me susurra al oído, recuerdo tu rostro.
Hay
gusanos en la ensalada, y raíces y enredaderas creciendo en las paredes,
la oscuridad ha tomado todo, y los leves rayos que entran por las
ventanas tapeadas desde adentro tan solo sirven para incrementar y hacer
mas notable la noche.
Despierto con el ruido de los que golpean mi
puerta, entran las damas prostitutas sin rostro, muestran sus pechos
enormes, ensucian de hollín el largo ruedo de sus vestidos blancos, y se
quedan en silencio recitando sus cantos de sirena y llanto.
Soy solo
uno mas que se desterró, de los que trabajaban por la luz y cruzó la
línea por ese albedrio incongruente de ojos vacíos y amor humano, y
desobedecí señales, gritos y maestros, me entregue en mis fuerzas por lo
que creí justo, por que los misteriosos caminos de Dios se me volvieron
borrosos, y en el espejo hoy solo veo un demonio, que se niega a ser
súbdito, a ser legión.
Poseído, temeroso veo cucarachas como ratas
asirse de mis piernas, mientras me miran desgraciadas con enormes ojos
ciegos; doy un paso para atrás, un paso en falso, y la oscuridad se mete
en mis ojos, baja como humo en reversa, me cubre, me reza.
Maldita
sea la gente y el mundo, los niños bellos que me abandonan, la inocencia
que ya no profeso por fé y convicción; ni siquiera puedo ser ateo por
que esta rabia va contra él; si no como odiarlo!? Si no de que vale
estos silencios y mis asesinatos si Dios no existe?
La noche me cae
encima, y las damas prostitutas lloran y se tocan, se cogen, empieza la
orgía y la habitación se va llenando de demonios que vienen a ver caídas
mis fuerzas; todos los ejércitos de luz me han abandonado, todo; y
cualquier Dios me ha repudiado, y solo me quedan estas letras a la hora
de los muertos.
Lo hice por sexo, por amor, por lo que sea, y maté al
que cumplía un equilibrio y no debí desterrar; la niña en mis brazos
siniestros se fue desmoronando mientras era torturada, y reía, y aunque
me dijeron que no entrara, que no me metiera estalle en sombra que se
esparce como incienso quemado, y partí su alma, y la de sus legiones,
aunque no debía, y me dejaron solo, a esta suerte.
La muerte se llevo
a mi familia, pero se negó a verme siquiera a la cara, a tocarme, a
aliviarme; yo seduje a la perra, pero la sangre que goteó de mis muñecas
tan solo me otorgo mi apariencia de fantasma, un fregadero tapado de
coágulos y carne, pero no de el alivio que buscaba; y hoy me llegan a
llevar uno por uno y sus miserias, la casa repleta de muertos, demonios y
fantasmas, y ahora la niña tan solo se corta, se corta sola por el
gusto de verse sangrar, loca, distraída perdida; atormentada, por que ya
no es su padre; el demonio que no debí destruir; quien la atormenta; si
no mi estancia, mi presencia. Yo me agito y la busco, la calmo, me
masturbo sobre ella tirada en el suelo ausente, con su mano y su
cuchillo en unión profunda, hasta los tendones, hasta que los dedos ya
no responden y lo suelta; me arrepiento, me despabilo, pregunto por vez
primera su nombre, en busca de un pequeño vestigio de nuestra humanidad;
de la mía perdida en este tormento; y por un momento fija los ojos
perdidos y abiertos como platos; vuelve un instante de la locura y solo
atina a decirme que no tiene nombre “nunca nadie pensó que viviría lo
suficiente como para necesitar ponerme uno” y entonces desolado y
enterado de que no habrá respuestas ni luz más; doy otro paso en falso y
me alejo, mientras ella vuelve a la locura y con las manos y los dedos
atrofiados trata de volver al cuchillo y termina jugando con su sangre
encharcada en el suelo; y yo gimo como cerdo mientras me sujetan; y por
eso esperé la hora de los muertos, por que ahora trato de sublimarme y
encimar la noche estallando en humo espeso y casi líquido de
desintegración; para matarlos, para matarme, redimirme? Quizás, aunque
ya no importe, me miro de nuevo en el espejo y veo al demonio, aunque en
mis ojos reconozco al hombre, ya no puedo detenerlos, y me saben
indefenso, levanto la cara para vomitar el alma, con la esperanza de
escapar de él, tal vez de despertar; pero entonces aparece, justo al
final de la hora de los muertos; 2.59am, y todos de rodillas me hacen
saber, que su sola presencia, es punto final para este texto.