jueves, febrero 21, 2013

El tiempo ha pasado, y sigue lloviendo.

Han pasado los días lentamente, y la gente no parece darse cuenta finalmente del temporal tras un largo invierno.
Llueve, es cierto, pero llueve sobre las cabezas de todos y cada uno.
Ella corre cada día, como siempre, del trabajo al mercado y a su casa, ahí su niña de 7 años, a cargo de sus hermanos sabe que su madre pronto llegará.
San José de Costa Rica es una ciudad oscura por naturaleza, y por el abandono de sus autoridades; ella cree que ellos piensan lo mismo que ella, sería mejor barrerla con bombas y empezar de nuevo.
La delincuencia es parte del tétrico paisaje oscuro y fétido de la noche, estas mollejas de pollo deberán servir para apaciguar el hambre por hoy y por mañana de los niños, y corre, corre en medio de la calle y bajo la lluvia; lo que oscurece aún más la ciudad; en medio de la gente, los maleantes, y sorteando a los vehículos.
Un pito acelera su paso a la intransitable acera, por un momento, el mismo vértigo que guía el pie del conductor al acelerador, la incita a quedarse en la calle, pero sus tres niños la esperan con las mollejas, con la leche de el pequeño, y para usarla de cobija en la fría noche.
“Ojala hoy no se haya metido el agua”, sigue su paso alterado solo por algún atravesado y se apura, despista a los dos tipos que la siguen, estos desisten sin más al verla tan pobre y mal trecha bajo la luz de una de las pocas luces que sirven a la entrada del bulevar, y ella presurosa y mojada sube al bus, no es una mujer ni vieja ni fea, pero es una mujer descuidada y demasiado trabajada, todo porque no tuvo la falta de pudor que se necesita para ser puta, y por que tiene a una hija que según ella, y gracias a la educación pública paupérrima y tonta, sin recursos, tendrá un futuro mejor y no merece tener esos ejemplos, y menos de su madre.
Se apura al bajar, desciende desde el caserío hasta el tugurio, o “conglomerado habitacional informal” como lo llama el instituto de ayuda social, pero se da cuenta de inmediato que algo ha pasado, y que todos la miran mientras camina por el trillo de tierra encriptado por latas hacia el final del “caserío”; y entonces incluso deja las mollejas tiradas, corre presurosa y corre desesperada, mas se detiene a solo unos pasos de donde debían estar las latas que cobijaban a sus hijos, Adriana de 7, Adrián de 5 y Jonathan de 2, pero solo vio a los rescatistas, a los bomberos y a los periodistas, y el río maniático que se lo había llevado todo! Y la gente la señala, y entonces el informador corre, le pone el micrófono en la cara y le pregunta “señora, como se siente?” y el tiempo se devuelve, a pesar de el pito, ella decide no quitarse del medio de la calle, el vértigo de el conductor atrofia sus sentidos y no frena, la acera es un río; la trabajadora social le dice a Adriana; horas más tarde; que Dios se llevo a su mamá al cielo, mas ella sigue corriendo en su inconsciencia, y por más que corre no llega, no encuentra el camino de vuelta, y atónita no reconoce su cuerpo debajo del carro, para ella solo existe el rugir del río, y sus tres pequeños que la esperan.