
Finalmente inyectó morfina a la mujer, tras revisar sus amarras en la cama.
Ella despierta, y con una mirada lastimosa agradeció el gesto, después de todo.
Las sábanas blancas daban para pensar en un hospital como escenario, la mujer, entretanto, no dejaba de mirar a su enfermero, perturbada en su mirada, mientras él; mas que tranquilo preparaba todas las herramientas a usar.
Tomó la mano izquierda de la mujer y le lamió uno a uno los dedos, no desaforadamente, si no de forma pausada, casi erótica, mientras ella miraba atónita e inmóvil por las amarras desde la cama de sábanas impecables.
Entonces comenzó a comerle una a una las uñas de los dedos, lento y profundo, sistemático, mientras su cara impasible contrariaba cada vez mas a la de la mujer que agitada trataba de zafarse de sus amarras y comenzaba a mutar su angustia en terror, al tiempo unísono que la morfina empezaba a hacer efecto.
Con la misma tranquilidad pasmosa aplicó; él; el torniquete, mientras con la miraba exigía y trataba de transmitir tranquilidad a la mujer, ya para ese momento aterrorizada.
Así entonces empezó en el dedo meñique, y fue levantando con la ayuda de una pequeña cuchilla la piel de los dedos y la mano, que antes de devorar quemó con el soplete que tenía en la mesa de el instrumental. Aderezo algunos trozos con salsa tártara y aceite de oliva, y en algún momento, hasta trato de convidar a la mujer con un gesto de camaradería y simpatía.
Para entonces los ojos de la mujer eran un grito desesperado, que la morfina y la mordaza previamente aplicadas no dejaban salir.
Dedo por dedo, tendón por tendón fue limpiando la carne hasta los huesos, y relamió cada uno de ellos ante la adormilada pero aterrada mirada de su víctima, quién severamente saltaba de estados de conciencia e inconsciencia a somnolientos disparates, mientras él sistemáticamente quemaba con el soplete la carne que iba quedando descubierta, cauterizando, finamente, esterilizadamente; hasta llegar justo dos centímetros antes de el torniquete, en la muñeca.
Solo entonces el hombre se limpio la boca y las mejillas, y con la devoción de médico que su estatus le agregaba, procedió a cortar el hueso descubierto de aquella mano con una sierra quirúrgica, vendó el muñón, y determinó en los ojos de la mujer la locura encubridora de su acto, obsceno y caníbal.
Se masturbo sobre su víctima y finalmente reparo en acariciarle el cabello, entonces la mujer entregada al terror, la locura, el cansancio y la morfina descansó.
El limpió su instrumental y apunto en el registro médico sus observaciones, antes de alejarse por el pasillo.
Ella lo vio de reojo mientras se alejaba, y con la mano derecha sosteniendo el muñón de su mano izquierda, ya no sabía si soñaba, o si la morfina le hacía alucinar. Mañana todo estaría mas claro.