miércoles, febrero 15, 2017

Ofrendas para Sábato.


Extenuado por el dolor causado por la última aguja clavada en su espalda, y desmayado de llorar por un par de horas, le despertó el aire fresco que se cola entre el piso de tierra y la puerta de latas de el rancho donde su madre; trabajadora doméstica; le deja cada día al cuidado de su abuela.
La vieja aprovecha el especial odio que siente y objetiviza contra el pequeño cada vez que le ofrenda tortura a su virgen; esta toda vestida de negro en su altar, con su cara de calavera, parece reír cada vez que la anciana sostiene al niño sobre sus piernas con una mano, evitando que este se le escape al retorcerse por el dolor infringido, mientras con la mano izquierda clava agujas en su cuerpo y recita extrañas oraciones que espera le deparen prosperidad.
Deja las agujas dentro del cuerpo del pequeño espera con ello contentar más a su sádica santa de los muertos y los demonios; quizás así llegue la riqueza, antes de que el pequeño cristo lleno de heridas y acostumbrado al terror de el dolor infringido perezca de ofrendas bajo la piel.
La abuela cuidadosa, cura tras cada rosario perverso por encima las heridas, sin marcarlas; luego deja al niño hecho polvo en el piso de tierra, le quita de encima las hormigas que llegan a lamerle las llagas y los puntos de las agujas en la piel, para que nadie le reclame.
Pablito despierta en el suelo, la brisa veraniega y la frescura invernal son una, no siente dolor en el cuerpo, nada le punza por dentro, respira hondo y profundo, abre la puerta y se va  jugando con el viento, detrás de un rayo de sol; deja atrás 50 ofrendas para Sábato y un cuerpo hecho polvo, la abuela que recién lo descubre se prepara para llorar a su nieto, piensa que decirle a las autoridades y a la madre: “seguramente lo mato la bruja de la vecina que lo odia”, que “yo pensé que estaba dormidito”.
Sonríe pensando que los vecinos vendrán con ayudas y atenciones, y consuelos en efectivo; se inca frente al altar para agradecer a su virgencita que sonríe con su risa de calavera, agradece y sonrié hasta quedarse dormida, entonces el viento entra riendo por debajo de la puerta, le mueve los risos al niño que parece sonreír, bota una vela del altar y lo incendia todo.

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