
Mis pensamientos me han traído de vuelta al mar. Enciendo otro cigarro mientras cae la noche.
Los porteños corren a refugiarse de el gigante en los bares, la oscuridad es como una cortina que tienden en la playa y que ahora me sirve de refugio.
Se alejan los pescadores, se van los turistas, alguna que otra pareja distraída se queda a enamorarse, la brisa de Puntarenas es un canto de sirenas que los atrae a este olvido con el que me cobijo, pero esta noche deseo soledad, fumar, emborracharme de arena y sal, hoy soy territorial y extiendo sobre mí un aura de temor que los aleje, el mar ruge y se altera conmigo, aunque seguimos tranquilos, sentados cada uno en su sitio.
Cierro los ojos y levanto la cara en mi ritual mientras pasan de lejos buscando un parque con más luz que la chinga que se enciende cuando la respiro, creo que nos quedamos solos, me relajo un poco más, ahora puedo estirarme, le doy un par de subidas más al cigarro hasta que el calor llega a mis dedos; tiro la chinga a la arena, la chaqueta me pesa, me estorba, la pongo al lado, estiro el cuello, estiro los brazos, arqueo la espalda, extiendo las alas aletargadas de esconderse y se liberan con toda la envergadura de esta noche en que mis pensamientos me han traído de vuelta al mar, estiro mis pensamientos, los ordeno en la playa, voy sabiendo de nuevo la jornada, la ordeno en recuerdos, encrucijadas mientras voy relajando el cuerpo y devuelvo la mirada a la playa y danzo el ritmo de la mar, y ahí están ellos, con los ojos como platos asombrados de mi sombra, tratando de descifrar la silueta alada, no lo dije pero fui claro, quiero calma, esta noche solo yo y el mar, mis recuerdos, mis dioses y mis demonios. el destino de algunos se escribe por la mala fortuna, estar en el lugar equivocado basta y esta noche no es buena para estar entre el manto que los porteños conocen y respetan y el gigante que canta oscuro e inmenso, basta un segundo, el espacio es poco, el tiempo lento para lo que sucede en segundos, me abalanzo sobre ellos, no tienen tiempo de correr, enseño los dientes, las garras, las alas, muerdo y desgarro, el mar cómplice se encargará de los cuerpos mientras me relamo la sangre inocente de quienes invadieron mi espacio; ella muy joven, él muy cobarde; y tan agitado como el desenlace de ambos, que inocentes y ajenos vinieron a enamorarse, vuelvo a mi lugar, con dos almas más a cuestas que ordenar en la playa; mientras el mar se lleva su parte y retoma su lugar; relamiendo la misma sangre que termino de limpiar con la lengua en mis dedos y mis alas oscuras; como amantes que se saborean por última vez antes de caer rendidos; y nos quedamos solos, como saben los que están en los bares que debe ser, vuelvo a estirarme, repito el ritual de expandirme en la arena y me chupo la sal de los labios; saco el paquete de la chaqueta y el encendedor, y enciendo otro cigarro mientras rio la calma de esta noche que con mis pensamientos me ha traído de nuevo al mar.