
La casa de Etelvina sabe a pasado, huele a recuerdo, pero sus largas tardes a soledad. Yo también tengo mis muertos y por eso la entiendo.
Etelvina es una mujer de conversación fácil y agradable, aunque efímera, por lo que realmente no tiene vínculos fuertes con nadie en el barrio, las ocho décadas que lleva encima son un peso que la hacen caminar lento y encorbada, aún así siempre esta en el corredor después de medio día, solo entra a tomar café, a rezar el rosario y a dormir.
El sol ha tostado la fachada de su casa y su cara, al verla ahí, parece que la pintura se desquebraja de las paredes y cae hecha polvo igual que su piel, ella se sienta a esperar sus muertos (así lo presumimos todos), pero estos nunca vienen, nunca llegan.
La muerte suele acompañarla a tomar café, pero nunca se atreve a llevarsela, ella le sirve una tasa y la muerte se sienta con Etelvina en el corredor, allí se les ve conversar por horas, o guardar profundos silencios mientras a ella se le los años le nublan los ojos; no le duelen los que ya no están, si no mas bien los que nunca volvieron, la muerte avergonzada por ello, no se atreve a llevarla consigo; de nuevo; y es la única visita en su casa, y aunque nunca tratan el tema, cuando Etelvina se pone muy sería la muerte se va; ya que ni ella tiene respuestas sobre donde están sus hijos.
Etelvina adorna la casa con banderas viejas, desteñidas, remendadas, según dice, son banderas de cuando la patria era aún la patria de todos, son banderas viejas y añejas como sus pasos, que hacen juego de abandono con las luces de navidad que hace dos años un vecino le instalo, mismas que permanecen apagadas para disimular que ya no es diciembre.
Cuando mis hijos vengan - dice- quiero que vean que sigo adornando la casa como cuando ellos eran niños, que vean las banderas por que en mi familia siempre fuimos verdaderos patriotas.
Una tarde me tope con la muerte mientras salía de su casa, no sé que decir -me comentó cabizbaja- no tengo idea de donde están los desaparecidos, aveces simplemente te llevas a gente sin nombre.
Etelvina sigue allí, oliendo a café, oliendo a vieja, sus ojos guardan a pesar de su cuerpo, cierta valentía y empuje, su esperanza sigue viva por que espera cada día, cada noche, y siempre esta lista, ha guardado su sonrisa durante años para el día que los vea llegar, siempre les tiene lista comida, sus camas aseadas, la casa adornada aunque se caiga de vieja; y descuidada; pero es que sus fuerzas ya no dan para mas, al final termina siempre la muerte tomándose el café de su Daniel y su Alberto, pero igual cada noche les va a decir cuentos y bendiciones a sus camas, y ellos no vuelven a recibir sus besos agotados de tanta espera.
Todavía guarda rencor por aquellos que simpatizan con el otro partido; los traidores, les llama; para ellos nunca hay un saludo, y murmura al verlos pasar, ya los demás tenemos cicatrices y hemos aprendido a vivir con ese olvido, para ella la dictadura no termina, y no terminará hasta el día en que vuelvan sus hijos, o finalmente la muerte, le traiga noticias suyas.