Fue niño, e inocente, admirando la lluvia que nunca acabo de caer, y el suelo mojado que vomitaba charcos.
A ella le gustan los escritores, sueña con tener uno, ponerle una correa, acariciarlo como a un gato, que es una sombra en una esquina en un cuarto que es una bodega, y está lleno de libros, que huele a madera vieja y tiene ventana con vista a otro edificio, pero que igual deja ver la lluvia.
Lo encerró entre temporales & sexo, lo hizo suyo y se hizo musa, entre los síndromes de página en blanco que recurrentemente padecía ella llovió siempre que fuera necesario tenerlo allí, para saberlo suyo, entre la estación de radio y el apartamento-bodega, el frio y la lluvia fueron excusa, la fascinación de él por esta y los temporales; que ella intempestiva uso para que fuera siempre su escritor-mascota; le dio todo lo que necesitaba.
La ciudad parecía estar siempre llena de nubes y de tormentas, el frio imperativo, la dolencia de un sol ausente que caliente los callejones, las ventanas que miran a otros edificios, los charcos vomitados por el suelo, hacían del escritor encerrado un personaje limitado, incapaz de escribir sobre otra cosa que no fueran temporales que encarcelaran las lluvias pasionales de sus personajes; ella con sus ropitas mojadas en la puerta del escritor que abre y cierra paréntesis de amores hipócritas que son requisito de la que necesita sentirse amada para enamorarse y tener sexo, el cuento de las siluetas que tienen sexo en la pared como sombras iluminadas por los relámpagos, la pareja que se encuentra en un parque mientras llueve. Esto la obligaba a ser creativa, a ser musa en distintas facetas preparadas a cálculo, combatiendo siempre el temporal que escampaba cuando el síndrome de la página en blanco aparecía.
Entonces fue la sequia; tanto de ideas como de sexo; salió el sol; entonces la ventana tapiada, la inspiración consumida, restos de tapioca en trastos sucios y bife de chorizo, el sexo mecánico y la mascota que cansa, referencia circular en el extraño juego de encerrar en fascinación al que todavía mira como niño la lluvia que lo atrapa sin saberlo; ausente; la mascota-escritor de una musa que empieza a quedarse sin recursos ni facetas, y que cansada de pelear contra la falta de inspiración cae en el desgano, la impaciencia y el desinterés.
Pero bien es cierto que cuando llueve, todos se mojan tarde o temprano, y el sol de la mañana en la radio se apagó con desapego de sus patrones, y consumida en el apartamento-bodega vivió la tempestad prisión que creó para él, y la musa se desvaneció en mascota de las mismas circunstancias con que aprisionó al escritor que amaba y soñaba más allá del hombre-individuo dominado al que nunca puso atención y al que ahora liberado no parecía encontrarle ningún encanto que le inspirará crear cárceles con temporales.
Y el tedio se volvió rutina y pobreza, sin trabajo en la radio, se dio cuenta de lo improductivo e inútil que le era un tipo empecinado en comer cada vez un bife, una copita de vino, tapioca y horas, horas muertas y sosas resultado de el talento mutilado, de quién encontraba satisfacción en tener sexo con una locutora minimizada a restos de musa en horas de sol, que a ella no le venían a bien por que terminaban en la cama siempre con un cigarro y un plato de lo mismo.
Y decidió un día irse como la lluvia, era la noche y arreglo todo para salir y llevarse todas sus cosas bien de mañana, sin que él sintiera ninguna necesidad de seguirla; y con la maleta lista a la orilla de la puerta, su desempleo y desapego bien empacados, se fue a dormir por última vez junto al que una vez fue su amante, encerrado entre cuatro paredes de pasión y aguacero. Y llovió toda la madrugada, en apariencia por que la ironía se creía un buen escarmiento para su cálculo mutilador.
Y entonces la rayería llevó a los autómatas a repetir el cuento de las siluetas; para ella; a manera de despedida, para él, como un truco aprendido de escritor que ella había entrenado, y fue sexo pasional como la guerra entre el agua y el aire que se ocupan de reclamar suyo el espacio.
Al día siguiente volvió a salir el sol, la mañana llena charcos de el aguacero pretérito no la detuvo de continuar con el plan trazado. Cuando le dijo que se iba con la maleta en la puerta, él no atino ni a levantar la mirada de su desayuno de tapioca, vino, un cigarro y bife, no había sido entrenado para eso, y solo la vio alejarse desde la ventana que daba a otro edificio, con un impermeable y un paraguas que uso para taparse los temporales que dejaba atrás, mientras se alejaba por el callejón sorteando los charcos de anoche, que a él; volvían a fascinar, como cuando era un niño, mientras aprendía así a escribir sobre adioses hace tiempo, y soledades y deshoras.